Fabricación ética en decoración: no todo vale
Ron Barth dirige desde el año 2000 ‘Resource Furnitures’, una empresa de EEUU que fabrica y distribuye muebles de diseño orientados al ahorro de espacio. Sin embargo, desde hace algún tiempo Barth es tan conocido por su marca como por la denuncia que realiza sobre los portales y tiendas que venden muebles falsificados. Un problema que va mucho más allá de una lucha comercial desleal y que incumbe también a la fabricación ética de los productos que consumimos.
La globalización, la crisis económica o el auge del low-cost son solo algunos de los factores que impulsaron espectacularmente el fenómeno de la venta de falsificaciones. El sector del mueble no es una excepción y proliferan las tiendas online y físicas en las que se pueden comprar productos a simple vista similares de los de las grandes firmas pero mucho más baratos.
Sin embargo, al contrario de lo que muchos opinan, el abaratamiento no se produce únicamente por la desaparición del ‘factor Marca’ o una asumible pérdida de calidad final, si no que el principal coste es laboral. Como dice el refrán, “nadie da duros a cuatro pesetas” y la enorme mayoría de falsificaciones de muebles y accesorios decorativos provienen de países donde las condiciones laborales son mucho peores que en los países originarios tanto en salario, como en jornada laboral o seguros sociales. Además, la similitud puede ser simplemente estética, ya que la formación de trabajadores, los controles de calidad o los materiales suponen también un coste muchas veces ahorrados en las fábricas de falsificaciones, sobre todo en países asiáticos.
Los fabricantes europeos y occidentales deben afrontar esta competencia desleal y también la de aquellas marcas que deciden deslocalizar la producción a países con mano de obra más económica. Una opción legítima pero que acaba con un temido efecto dominó: para competir muchas optan por rebajar salarios y condiciones y a la larga se destruyen cientos de miles de empleos y se pierde talento y capacidad de generar riqueza.
Es cierto que no todo el sector de la decoración se ve afectado por igual. Una forma de competir es apostar por la gama alta y máxima calidad en vez de por la venta al volumen. En KÜPU, por ejemplo, todas las piezas se producen en nuestras instalaciones de Vimianzo (Galicia), con mano de obra local y unos estándares de calidad y materiales difíciles de replicar. Para nosotros apostar por la producción local es una forma de generar bienestar, no sólo beneficios. Es el mismo camino que toman otras marcas que ven en la diferenciación y en la calidad una vía de supervivencia. Sin embargo, consideramos que la fabricación ética y responsable no debería ser un lujo ni el privilegio de unos pocos.
¿Hasta qué punto valora el cliente la fabricación ética de muebles y decoración? Culpar al usuario–“si nadie compra, nadie vende”- es un recurso demasiado fácil y simplista. Hay que contar también con la codicia de los que intentan hacer dinero fácil a costa de las condiciones de sus trabajadores y con la responsabilidad de las autoridades encargadas de hacer cumplir la ley. Sin embargo, como consumidores también tenemos nuestra cuota de responsabilidad a la hora de exigir una fabricación ética, sostenible y responsable. Cuando nos planteamos comprar un mueble inusualmente barato deberíamos preguntarnos ¿ganamos unos euros o estamos sacrificando mucho más?